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Las Variaciones Goldberg son una obra de Bach que siempre me ha fascinado, sobre todo desde que escuché la endiabladamente ágil interpretación de Glenn Gould de 1955. De hecho fue una de las razones por las que comencé a tocar el piano. Mi primer acercamiento a la partitura del Aria de las variaciones fue hace cinco años más o menos y conseguí tocar la primera parte tras bastante esfuerzo. La abandoné en medio de la desesperación y la retomé el año pasado. Volví a recordar esa primera parte y conseguí llegar al final, tras varios meses más de esfuerzo. Desde entonces, como no quiero que se me olvide y tener que leerla otra vez, la toco todas las semanas, como un tesoro a guardar.

Esta es una característica curiosa de la música. Si por ejemplo, pintas y creas un cuadro, o copias uno, ahí lo tienes para siempre. Lo puedes mirar y es el mismo cada semana. No tienes que volver a pintarlo de nuevo. Sin embargo, la música es un arte basado en una experiencia efímera y da igual que me grabe tocando el Aria, no me vale, yo necesito tocarla y cada semana es ligeramente diferente o cometo errores en puntos diferentes.

El Aria es una pieza enrevesada, sobre todo hasta el último cuarto cuando el bajo en la mano izquierda hace avanzar firmemente el pulso. Antes de ese punto, me ha dado siempre la sensación de que se van generando tensiones todo el tiempo, con todas esas voces que por deformación profesional se me asemejan a varios hilos ejecutándose en paralelo que se tienen que sincronizar.

En Somewhere, que es la película de Soffia Coppola de esta entrada, aparece esta escena en la que Johnny toca el Aria torpemente, de memoria, para pasar el rato. Mientras Cleo, su hija de once años, duerme agotada en un sillón. El sitio no es su casa, pero es lo más parecido a un hogar y esa sensación me parece maravillosa en medio del resto de la película que cuenta cosas sobre relaciones entre padres e hijos, sobre llegar a la madurez y sobre ser famoso, claro.

La película: Somewhere (2010)
La música: Aria, Variaciones Goldberg